Es una de las pocas serpientes de cascabel que pueblan América del Sur. Emigrante desde el Norte, al formarse el istmo de Panamá, como mucha de la fauna de este continente, encontró su nicho ecológico y se diferenció como especie en la jungla espesa venezolana.

A pesar de su pequeño tamaño cuenta con uno de los más potentes venenos de todos los crótalos y por supuesto, con el suficiente para matar a un hombre adulto que desoiga la advertencia de peligro de su cimbreante cascabel.

De costumbres preferentemente nocturnas, sus fosetas termorreceptoras le permiten cazar pequeños roedores en la penumbra, cuando estas presas no pueden verla a ella.