Los tigres tienen extensos territorios de caza que defienden ferozmente y en los que marcan sus fronteras mediante la orina, las secreciones olorosas producidas por las glándulas anales y el rascado del suelo con las patas traseras y de los árboles con las delanteras, consiguiendo así un contraste de olores tan perceptible para los demás tigres como podría serlo para los humanos una señal de tráfico.
Para alimentarse, un tigre es capaz de recorrer hasta 20 kilómetros en una noche, a una velocidad aproximada de 4 o 5 km/h. Cuando caza, el tigre avanza en silencio, fiándose de la vista y del oído más que del olfato; se pone al acecho quedándose inmóvil y aprovecha el camuflaje que le proporcionan las líneas verticales de su pelaje, lo que le permite acercarse mucho a sus presas, para abalanzarse sobre ellas con un salto final y mortífero. Sus uñas retráctiles, largas y afiladas, le permiten agarrar y sujetar a la presa una vez ha conseguido alcanzarla. Si fracasa en su ataque no suele perseguir a su presa.
Aunque prefiere alimentarse de cérvidos y bóvidos, el tigre no desprecia los pequeños mamíferos, pájaros, pitones o ranas.
Los primeros tigres que llegaron a Cabárceno eran de origen británico: un macho y tres hembras formaban esta primera familia.
Actualmente viven en el Parque seis ejemplares, Pluja, Neu, Rayo, Liso y Rota, todos adultos, y Candi, una cria de cinco años.
Como no pueden salir al recinto exterior todos juntos, se hacen distintos turnos para que todos puedan disfrutar e él. Y cuando no es su turno permanecen, también en el exterior, en los recintos acristalados llamados «reservas», que se usan sobre todo para cuidados veterinarios y para la adaptación cuando llegan nuevos ejemplares.
El recinto de tigres de Cabárceno, que se amplió en 2012, tiene actualmente 25.000 metros cuadrados, siendo el más grande de Europa para esta especie, y tres miradores que permiten la observación de esta asombrosa especie.